Escrita por el anarquista Antonio Rodríguez Bethencourt, narra principalmente las aventuras de su compañero de presidio Antonio Tejera Afonso Antoñé. Ambos de Tenerife, personajes significativos del anarquismo isleño, arriesgan sus vidas, una vez más, para narrar al mundo sus historias. Como le dice Bethencourt a Antoñé “Guarda pues, estos cuadernos de nuestra novela en sitio seguro hasta que pase este relámpago borrascoso que me temo. Espero un registro. Seamos precavidos. No me asusta la celda de castigo, pero cada sílaba de estas cuartillas lleva un dolor y cada pensamiento es un manantial de sangre de nuestras angustias, y si tuvieran la suerte de cogerlas, las romperían”.
Así pues, ocultando las libretitas, llega a nuestros días con una humildad sin igual, no exenta de pasión, donde se conocen los postulados del anarquismo a través del pensamiento de estos rebeldes que declaraban “qué nos importaba que nos amarrasen si nuestras almas eran luz de libertad”.
En 491 páginas, de las que un centenar es documental, conocemos un poco más nuestro pasado, repudiamos más nuestro presente y no solo soñamos por mejorar nuestro futuro.
"Suenan los tambores y cornetas con que los facciosos cantan a la patria; y los magnates y magníficos de la ciudad sonríen y aplauden mientras la arruinan y la hunden como añoranza a su tradición de esclavos y de traidores.
¡Oh, sonámbulo o tonto, si no eres por magia de los diablos águila de los infiernos o lobo huraño de las montañas con cara de cristiano! ¿Qué sabes tú, tiránico barón de oro, de aquellos tiempos de mi infancia? ¿Qué persigues si no sabes a dónde vas? ¿Quién eres truhán y testaferro? Óyeme y deja franco paso a la Verdad. Nosotros somos la Verdad porque somos la Vida.
Se me hizo delincuente de un delito que yo no había cometido, y los hombres de la no conciencia cayeron sobre mí como trombas marinas juzgándome con las borrascas y huracanes de sus códigos de tempestades; porque se querían víctimas y se buscaban víctimas para dejar bien sentada la representación oficial de los hombres de la justicia, ¡de los que creían saber administrar la justicia! ¡Y cómo me castigaron; de qué manera me blasfemaron; y qué espantosos los dolores sufridos al contacto infernal de unos hierros rojos con que unas manos quemaban las partes más sensibles de mi cuerpo inocente para recabar la verdad que no existía; una verdad que no podía existir en mí, porque yo no era un criminal y odiaba el crimen! ¡Ayer como hoy detesté y maldije siempre los delitos de sangre! ¡Y cómo odio ahora, viendo las manchas moradas de mi piel! ¡La tortura, el sacrificio! ‘¡Id a buscar el criminal que buscáis allá entre los vuestros, entre los suyos mismos, que tal vez lo tengan estampado en las retinas de sus ojos o clavado en las entrañas!’, les decía yo entre las terribles agonías de mis dolencias; y aquellos corazones y aquellas almas, que todos los días le rezaban a Dios, se cerraban a todas las clemencias…"
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Así pues, ocultando las libretitas, llega a nuestros días con una humildad sin igual, no exenta de pasión, donde se conocen los postulados del anarquismo a través del pensamiento de estos rebeldes que declaraban “qué nos importaba que nos amarrasen si nuestras almas eran luz de libertad”.
En 491 páginas, de las que un centenar es documental, conocemos un poco más nuestro pasado, repudiamos más nuestro presente y no solo soñamos por mejorar nuestro futuro.
"Suenan los tambores y cornetas con que los facciosos cantan a la patria; y los magnates y magníficos de la ciudad sonríen y aplauden mientras la arruinan y la hunden como añoranza a su tradición de esclavos y de traidores.
¡Oh, sonámbulo o tonto, si no eres por magia de los diablos águila de los infiernos o lobo huraño de las montañas con cara de cristiano! ¿Qué sabes tú, tiránico barón de oro, de aquellos tiempos de mi infancia? ¿Qué persigues si no sabes a dónde vas? ¿Quién eres truhán y testaferro? Óyeme y deja franco paso a la Verdad. Nosotros somos la Verdad porque somos la Vida.
Se me hizo delincuente de un delito que yo no había cometido, y los hombres de la no conciencia cayeron sobre mí como trombas marinas juzgándome con las borrascas y huracanes de sus códigos de tempestades; porque se querían víctimas y se buscaban víctimas para dejar bien sentada la representación oficial de los hombres de la justicia, ¡de los que creían saber administrar la justicia! ¡Y cómo me castigaron; de qué manera me blasfemaron; y qué espantosos los dolores sufridos al contacto infernal de unos hierros rojos con que unas manos quemaban las partes más sensibles de mi cuerpo inocente para recabar la verdad que no existía; una verdad que no podía existir en mí, porque yo no era un criminal y odiaba el crimen! ¡Ayer como hoy detesté y maldije siempre los delitos de sangre! ¡Y cómo odio ahora, viendo las manchas moradas de mi piel! ¡La tortura, el sacrificio! ‘¡Id a buscar el criminal que buscáis allá entre los vuestros, entre los suyos mismos, que tal vez lo tengan estampado en las retinas de sus ojos o clavado en las entrañas!’, les decía yo entre las terribles agonías de mis dolencias; y aquellos corazones y aquellas almas, que todos los días le rezaban a Dios, se cerraban a todas las clemencias…"
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Año: 2007
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